(Breviario)
BALTASAR GRACIÀN. (1601-1658)
(Título original del libro: “Oráculo manual o El arte de la Prudencia”)
Este libro fue publicado en el año de l647, texto en el cual aborda temas que hoy en día siguen siendo importantes: la amistad, la reflexión en el trato con los otros, la rectitud en nuestro trato con los demás, la cortesía, y una serie de actitudes morales para con la vida y los otros. Gracián junto con Quevedo (1580-1645), podrían ser considerados como los escritores más importantes del Barroco español. Estos breves textos están inscritos en la más profunda tradición humanista de autores moralistas como Cicerón (106-43 a.c.), Séneca (4-65 d.c.), Erasmo de Rotterdam (1466-1536) y Montaigne (1533-1592). Esta pequeña selección de textos refrenda aquello que se dice de la filosofía: Las grandes interrogaciones filosóficas en torno a la condición del hombre: la muerte, el tiempo, la amistad, los vicios o virtudes, etc., y con ello las diferentes respuestas que nos han proporcionado estos autores en las diferentes épocas; son respuestas que, como dice Savater, “nos permiten convivir racionalmente con estas interrogantes aunque sigamos replanteándonoslas una y otra vez”. Sirva esta pequeña selección, como una manera de abrevar en la fuente de algunos autores de otras épocas. Hoy en día, ya unos clásicos.
· Manejar los asuntos con expectación. El misterio en todo, por su mismo secreto, provoca veneración. Tampoco en el trato se deben dejar ver los pensamientos íntimos a todos. El silencio es refugio de la cordura.
· Hacerse indispensable. No hace sagrada la imagen el que la pinta y adorna, sino el que la adora. Mas se saca de la dependencia que de la cortesía; el satisfecho vuelve inmediatamente las espaldas a la fuente, y la naranja exprimida cae del oro al lodo: acabada la dependencia acaba la correspondencia, y con ella la estima.
· Estar en el culmen de la perfección. No se nace hecho. Cada día uno se va perfeccionando en lo personal y en lo laboral. Esto se conoce en lo elevado del gusto, en la pureza de la inteligencia, en lo maduro del juicio, en la limpieza de la voluntad.
· Tratar con quien se pueda aprender. El trato amigable debe ser una escuela de erudición, y la conversación una enseñanza culta. Hay que hacer de los amigos, maestros, y compenetrar lo útil del aprendizaje con lo gustoso de la conversación.
· El fondo y la forma. Lo más estimado en la vida es un comportamiento cortés. Hablar y portarse de buen modo resuelve cualquier situación difícil.
· Ser hombre de su época. Los hombres de rara eminencia dependen de la época en que viven. No todos tuvieron la que merecían y muchos que la tuvieron no acertaron a disfrutarla. Algunos fueron dignos de mejor época, pues no todo lo bueno triunfa siempre. Las cosas tienen su tiempo, incluso las eminencias dependen del gusto de época. Pero la sabiduría lleva ventaja: es eterna, y si éste no es su tiempo lo serán otros muchos.
· Saber apartarse. Es una gran lección de la vida el saber negar, pero lo es mayor el negarse uno mismo, tanto en los negocios como en el trato personal. Para ser prudente no basta no ser entrometido: hay que procurar que no te entrometan. Incluso de los amigos no se debe abusar, ni querer más de ellos de lo que den. La demasía es vicio, y mucho más en el trato
· Cuanto mayor fondo tiene el hombre tanto tiene de persona. Como los brillos interiores y profundos del diamante, lo interior del hombre siempre debe valer el doble que lo exterior. Hay sujetos que solo son fachada, como casas sin acabar porque faltó caudal: tienen la entrada de palacio y de choza las habitaciones. No hay en éstos dónde descansar, o todo descansa, porque tras el saludo se acabó la conversación.
· Nunca perder el respeto a sí mismo. Que deje de hacer lo indecente más por el temor de su propia cordura que por el rigor de la autoridad ajena.
· Saber elegir. Vivir e saber elegir. Se necesita buen gusto y un juicio rectísimo, pues no son suficientes el estudio y la inteligencia. No hay perfección donde no hay elección. Ella tiene dos ventajas: poder escoger y elegir lo mejor.
· Saber negar. No se debe conceder todo, ni a todos. Tanto importa saber negar como saber conceder y en los que mandan es una prudencia necesaria. Y aquí interviene la forma: más se estima el no de algunos que el sí de otros, porque un no dorado satisface más que un sí a secas. No se deben negar de golpe las cosas, pues es mejor una decepción a sorbos.
· Cultura y refinamiento. El hombre nace bárbaro; debe cultivarse para vencer a la bestia. La cultura nos hace personas, y más cuanto mayor es la cultura. Nada cultiva más que el saber.
· No cansar. Suele ser pesado el hombre de un solo asunto y el que habla de un solo tema. La brevedad agrada y es útil: gana por lo cortés lo que pierde por lo corto. Lo bueno, si breve, dos veces bueno; incluso lo malo, sí poco, no tan malo.
· Atajo para ser una verdadera persona: saberse relacionar. Es muy eficaz el trato se comunican las costumbres y los gustos, se contagia el carácter e incluso, sin sentir, la inteligencia. Debe procurar el impetuoso juntarse con el reflexivo, y así en los demás caracteres. Con esto conseguirá la moderación sin violentarse. Es conveniente usar esta práctica advertencia al elegir amigos y servidores.
· Ganar fama de cortés. La cortesía es la parte principal de la educación, es un tipo de hechizo. Gana la aceptación de todos, del mismo modo que la descortesía atrae el desprecio y el enfado general. La cortesía siempre debe ser más que menos, pero no igual con todos pues degeneraría en injusticia. Cuesta poco y vale mucho. El que honra es honrado. La galantería y la honra tienen esta ventaja: las dos se quedan, galantería en quien la usa y la honra en quien la hace.
· No ser un registro de faltas ajenas. Ocuparse de las faltas ajenas es señal de tener maltrecha la fama propia. Algunos querrían disimular, si no lavar, las manchas propias con las de los otros; o se consuelan, que es el consuelo de los necios.
· Poseer el arte de conversar. Pertenece a las auténticas personas. En ninguna actividad humana se necesita más la prudencia, pues es la más común de la vida. Algunos creen que el arte de conversar es no tener arte y que la conversación debe ser holgada como la ropa. Así debe entenderse entre los muy amigos. Cuando tiene lugar entre personas de respeto debe ser más sustancial e indicar la mucha importancia de la persona. Para acertar en esto hay que ajustarse al carácter e inteligencia de los que intervienen. Al hablar importa más la discreción que la elocuencia.
· Ni creer ni querer fácilmente. El buen juicio se conoce por la lentitud al creer. Como mentir es ordinario, es mejor que creer sea algo extraordinario. El que se movió con ligereza después se avergüenza. Pero no se debe manifestar duda de las palabras del otro, pues más que descortesía es insulto al llamar con ello al interlocutor o engañado o engañador. Pero éste no es el mayor inconveniente puesto que no creer es indicio de mentir, porque el mentiroso tiene dos males: ni cree ni es creído. El oyente prudente no juzga de inmediato. Un autor dice que también es un tipo de imprudencia querer con facilidad. ( “Sobre la amistad”, Cicerón)
· Elegir a los amigos. Serán amigos los examinados por la discreción, los probados por la fortuna, y los aprobados en voluntad y entendimiento. Aunque es el acierto más importante de la vida, es el que menos se cuida: algunos son entrometidos y la mayoría casuales. Cada uno es definido por los amigos que tiene, pues nunca el sabio congenió con los ignorantes. Que uno guste no es prueba de intimidad, pues puede proceder más del buen rato de diversión que de la seguridad en sus capacidades. Hay amistades legítimas y otras adulterinas; éstas sirven para disfrutar y aquellas para tener muchos aciertos. Hay pocos amigos de la persona y muchos de la suerte. Es más útil el buen entendimiento de un amigo que muchas buenas voluntades de otros. Por eso es mejor que haya elección y no suerte.
· No engañarse sobre la condición de las personas, que es el peor y más fácil engaño. Más vale ser engañado en el precio que en la mercancía. No hay cosa que más necesite una mirada en el interior. Hay diferencia entre entender las cosas y conocer a las personas. Es elevada filosofía entender los caracteres y distinguir los humores de los hombres. Tan necesario como haber estudiado los libros es conocer la condición de las personas.
· Saber valerse de los amigos. Se necesita sensatez, tacto e ingenio. Unos son buenos para estar lejos y otros cerca, el que no fue bueno para la conversación lo es para la correspondencia. La distancia puede hacer aceptables algunos defectos que, en presencia, eran intolerables. No solo hay que procurar obtener placer de los amigos, sino utilidad. Pocos sirven para buenos amigos y el no saberlos elegir reduce aún más el número. Saberlos conservar es más importante que hacer amigos. No hay desierto como vivir sin amigos. La amistad multiplica los bienes y reparte los males. Ella es el único remedio contra la suerte adversa y es un desahogo del alma.
· Hablar con prudencia. Siempre hay tiempo para soltar las palabras, pero no para retirarlas. Hay que hablar como en los testamentos: cuantas menos palabras, menos pleitos.
· Evitar familiaridades en el trato. No se deben usar ni permitir. El que se allana pierde la dignidad que le daba su gravedad, y la estima tras ella. Los astros, al no rozarse con nosotros, se conservan en su esplendor. La excelencia pide decoro. Toda familiaridad facilita el desprecio. Cuanto más se tienen las cosas humanas, se tienen en menos, porque con el trato se descubren las imperfecciones que, recatadas, estaban encubiertas. No es conveniente allanarse con nadie: con los superiores por el peligro, con los inferiores por la indecencia. La facilidad excesiva es un tipo de vulgaridad.
· No dejarse llevar de la primera impresión. Algunos se casan con la primera información: las demás son concubinas. La mentira siempre se adelanta, con lo que la verdad no tiene sitio después. Ni la voluntad ni la inteligencia se deben llenar con la primera impresión: indica poco fondo. La capacidad de algunos es como una vasija nueva: se impregna del primer olor, tanto del licor malo como del bueno. Es pernicioso que los demás conozcan esta limitación pues da pie a estratagemas maliciosas: los malintencionados se anticipan y se tiñen del color de la credulidad. Dejarse impresionar demuestra incapacidad y está cerca de la pasión.
· Hasta aquí termina lo que podríamos llamar, una pequeña selección de los 300 breves textos que contiene la obra de Gracián, “Oráculo manual ó El arte de la Prudencia”. Es importante considerar, que a pesar de la brevedad, no dejan de ser sugerentes para una interpretación más profunda, a pesar de su carácter no sistemático y repetitivo. Pero como decía al principio, es necesario contextuar la obra de Gracián, dentro de la tradición de escritores moralistas, como Cicerón, Séneca, Montaigne, Erasmo de Rotterdam, etc. Mismos que abordan temas cruciales para la vida del hombre contemporáneo moderno; cuyas respuestas siguen siendo vigentes y que, por el mismo motivo, los consideramos clásicos. Valga lo anterior, como una pequeña conversación con autores de otras épocas.
Elogio de la lectura
Retirado en la paz de estos desiertos
Con pocos, pero doctos, libros juntos
Vivo en conversación con los difuntos
Y escucho con los ojos abiertos a los muertos.
Quevedo
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